30/9/16

El puto padre

Desde que te crucé en la calle no puedo parar de escuchar Fito Paez, no sé por qué, nunca te gustó. Recuerdo tus comentarios despectivos ante Fito, ante sus novias, ante sus letras. En algún punto Fito y Arjona para vos eran más o menos lo mismo: algo barato para minitas que la flashean de profundas ¿Pensarías eso de mí cuando me conociste?

Si bien mi gusto por Fito fluctúa, me es imposible no pensar en algunas canciones y no pensarte a vos. Quizás esa es la constante que me sigue ligando a tu pelo, que desde que nos dejamos de ver puedo escuchar Fito sin culpa, y pensar en todas las frases punchis que se asemejan tanto a nuestra historia. Al menos a mi historia de vos, a la que me quedó en el cuerpo, en la piel, en el cuellito.

No entiendo cómo pasó, ni porqué. Buenos aires es una metrópolis y aun así me siguen llegando comentarios de que te vieron, que hablaron con vos, que quizás te saludaron de lejos. Sin embargo, no importa quién, ni dónde, ni cómo, todxs me dicen lo mismo: cada vez que lo veo me acuerdo de vos. Como si aún fueras mi maldito espejo, esa otra mitad que anda por ahí para que otros al verte me miren a mí. No lo quiero pensar de esta forma, asumirlo me obligaría a vivir una vida incompleta, rota, desarmada.

Los años pasaron y yo sigo posponiendo el encuentro. Recuerdo más las veces que lo evité a conciencia y no me hice cargo de todo el amor que nos tuvimos. La Plaza de Mayo fue testigo de la suspensión del cruce de miradas. Caminaba con un candidato a chongo y te vi, cruzabas desde diagonal norte a la plaza. Ese maldito sweater negro con rayas grises, tan europeo, y que, como siempre, el maldito pelo te flameaba en lo alto. ¡Ese maldito pelo! ¡¡¡Tan dorado, tan alborotado, tan alto!!! Me acuerdo que poniendo ojos de animal bueno me oculté tras una columna y miré a mi candidato, hasta le hice ojitos para las lágrimas que me brotaron pareciera luminosidad. Me mordí la boca para aguantar el nudo de la garganta, para no gritar ¡el puto padre!

Esperé que el momento pasara rápido, que no me hayas visto, que ese corte de pelo medio punk que tenía produzca lo tan deseado por mí, que no me reconozcas en la multitud. Sabía que el primer rasgo que te permitiría reconocerme iba a ser mi pelo, enredado, largo, seco. Si me rapaba la nuca y renunciaba a mi cabellera no me podrías encontrar, no te podrías encontrar.