16/11/12

Una putita menos...

Hay una escena de la que soy protagonista a menudo, cuando es de noche y voy caminando por la calle o estoy esperando el colectivo, siempre, pero siempre, algún taxista comienza a manejar despacito y a decirme cosas “muy agradables” como: “Subí mamí que si nos entendemos bien no te cobro” y otras cosas irreproducibles.

A lo largo de mi vida he tenido varios encuentros desagradables con los taxistas, no sólo arriba de un taxi sino también abajo. El primer encuentro desagradable con un taxista fue hace muchos años. Volvía de un viaje con amigas. Nos habíamos ido de vacaciones a Las Grutas (Río Negro) y éste señor nos dejó bien en claro qué era lo que pensaba de nuestro caminar por la ciudad. Luego de varias semanas viviendo en una carpa, sin bolsas de dormir y un shampoo para tres, volvimos a Buenos Aires. Llegamos a Capital con la mochila mugrienta, en ojotas, muy bronceadas y sin rastros de crema de enjuague en nuestras largas cabelleras. Con una de las trotamundo caminábamos por calle Río de Janeiro cuando un taxista se enojó ante nuestra indecisión para cruzar la calle. Ahí comenzaron los insultos: “Sidosas, son la escoria de esta ciudad. Ustedes traen la mugre. Bien que les gusta coger...

Entre otras cosas irreproducibles, este vecino de la Ciudad de Buenos Aires no paraba de gritarnos. Mi amiga no se quedó atrás y le contestó sin pelos en la lengua. Yo me quedé callada, mi caminar playero no íba a ser perturbado por un tipo que la pasa mal 20 horas al día arriba de un auto. Me callé. Mi silencio duró poco. Este señor, no sólo nos gritó eso, sino que dio la vuelta manzana y comenzó a andar muy despacito a nuestro lado. Nos comenzó a gritar cosas más zarpadas. Lo miré con desdén y le dije a mi amiga “Dejalo Romi, nosotras venimos de una súper playa, este tipo pasó 15 días apretado en Mar del Plata”

Mi comentario le desagradó en demasía, por suerte, estábamos a 2 cuadras de mi casa y la situación no pasó a mayores, sin embargo, el desagrado no se me fue aunque lo reprimí bajo la pena que me daba la persona, en mi manera de ver el mundo era un fracasado, le habían prometido algo que no le dieron, su frustración lo llevaba descargar su enojo en cualquiera que se le apareciera como “lo otro” y si yo era “ lo otro” de este espécimen ¡bien por mí!

El segundo encuentro desagradable con un taxista fue un día de mucho calor. Se casaba mi prima en Entre Ríos y yo tenía que salir de trabajar (microcentro), ir a la casa de mi pareja de ese momento a buscar un saco (Palermo), pasar por mi casa a buscar mi mochila (Almagro) y llegar con todo a Retiro. Hacía mucho calor, mucho, mucho, mucho calor. Para agilizar el tema decidí tomarme un taxi entre el tramo del recorrido Palermo-Almagro. Ni bien subí, el señor taxita, comenzó a tirarme los perros. La situación fue horrible, pero conocida para la mayoría de las mujeres que se han subido a un taxi alguna vez en su vida. “pero qué hace una señorita cómo usted por acá”, “qué bonitos ojos tiene”, “a usted le gustaría salir un día conmigo” Ante toda la zarta de boluduces que decía este señor, y debido a mi apuro, contestaba de la manera más gentil posible que no tenía el más mínimo interés de salir con él y que se abstenga de decirme cosas, hasta que la remató de una “No le gustaría ir a un telo conmigo, con este calor imagínese usted y yo entre unas sábanas y aire acondicionado. Conozco uno que queda acá a mitad de cuadra...” En ese momento exacto pegó el volantazo y se dirigía al Albergue Transitorio. No terminó de doblar que me aferré al saco y me bajé con el taxi en movimiento. El portazo que pegué a la puerta fue terrible y el raspón de mi rodilla también. El asco me quedó impregnado hasta hoy día.

Un tercer encuentro desagradable con un taxista lo tuve hace unos días, iba en la bicicleta pedaleando contenta. El conductor cuentapropistas comenzó a tocarme bocina hasta que logró que vaya bien cerquita del cordón. En lugar de “pasarme” y seguir su camino, comenzó a andar más lento, al mismo tiempo, me hablaba groserías. En un momento me subí a la vereda para que se vaya. Atónito me gritó “si te chocaba era una putita menos”...