18/9/12

Del mate y otras adicciones...


No debí confiar en él el día que me dijo que no le gustaba el mate

“No me gusta el mate”- me dijo- “son un montón de palos flotando en agua sucia que me hacen cagar troncos”

Yo lo miré con cara de “nene, vos no entendes nada” y me hice la que nada me pasó por adentro. Mentira, sentí desilusión. La reprimí bien rápido. No entré en conciencia de que estaba al horno, ya había caído rendida ante su cabello que flameaba en lo alto.

A los días lo volví a mirar. El verde de los árboles que entraba por la ventana contrastaba precioso con el blanco de su sweater tejido a mano. Se me hizo un nudo en la garganta y preparé el mate para mi sola. Me arrebataron las ganas de que él quiera pedirme uno. Ni me miró. En ese momento quise pensar que mi necesidad de tomar mate era consecuencia de haber nacido en Entre Ríos y que él, al no apegarse a ninguna tierra, ni siquiera con la nostalgia, no tenía nada que extrañar de su bola de sal natal. Pero yo sí: tenía mi mate, mi termo, una matera amarilla patito y mucha actitud.

Ante su indiferencia, opté por otras cosas, leer un libro y tomar mate sola. Me sentí importante porque a mí me gustaba el mate y a él no. Sentí que era especial, quise convencerme que era especial. Yo tenía la panza verde y él no. Tenía certeza que si nos seguíamos hablando sin mate de por medio iba a ser algo bien fuerte, porque las excusas iban a tener que ser más creativas para encontrarnos por la tarde.

Pasado el tiempo, la creatividad iba en picada. Eventualmente me hablaba, pero no había conversación de mate, no había excusa  y yo tenía un gran problema si él no tomaba mate. Si me tomaba el termo sola, me hacía pis encima, si no tomaba mate, me caía dormida al toque en la mesa. Tenía que encontrar una solución. El chico me gustaba, al chico no le gustaba el mate, el mate me gustaba a mí... la pregunta era - ¿qué mierda le gusta a este pibe? La respuesta era obvia, le gustaba el café.