4/3/12

Cris Morena ha arruinado mi vida.

En mi casa no me dejaban ver Cris Morena, ni Perla Negra, ni cualquier otra novela donde el protagonista tenga un nombre compuesto, los diálogos tengan tonada centroamericana y se presente la historia tradicional de la chica pobre que cautiva al chico rico, pero resulta que ella es su hermana que ha sido abandonada en un basurero y encontrada por una Lupita de vecindad quién la crió bajo los preceptos del catolicismo mexicano. Sin embargo, luego de varios chanes y llantos y escenas bien de Culebrón donde la protagonista le grita a la mala “Pirifila” y la mala le grita “Lisiada” y alguna de las dos termina rodando por las escaleras y pierde un hijo imaginario o le da amnesia y hay que seguirle la corriente, resulta que al final el mujeriego protagonista con la novia acorde a su vida y con mucha plata y cabe aclarar, que no es menor, que por más que siempre salga con muchas mujeres ama profundamente a la chica pobre, que es la protagonista y claramente es su hermana; llega el momento cúlmine donde debe reprimirse para no cometer incesto. Así pasan varios meses de novela, con el amor reprimido y las parrandas que ya no lo llenan. Pasa lo inesperado: no es hijo de quién debería ser, sino de un amante medio barato, medio mujeriego y medio pobretón de la madre. Así que bueno, no son hermanos y después de varias culpas y represiones pueden darse un beso llegar al final de la novela donde los muestran casados y, como siempre, con plata y una casa con una escalera y mucho personal doméstico con cama adentro. En mi casa siempre me decían que esas novelas me iban a quemar la cabeza y no me dejaban verlas. Ni mis hermanos, ni mi papá y mucho menos mi mamá. “Eso te va a quemar la cabeza, mejor lee un libro”. Palabras textuales de mi madre cuando yo quería poner alguna de Thalia para saberme la canción y poder reproducirla en el patio del colegio con mis compañeras de curso o en mi grupo de danza, donde lo que se bailaba era Thalia, Chayane y a veces, una que otra canción ochentosa en inglés que permitía trasladarse con un mínimo movimiento a una escena de Flash Dance. Una cree que no, que por haber tenido vedado el televisor de pequeña y no haber visto Verano del 98, en cuestiones del amor, está menos colonizada. ERROR. Las películas Yankees, esas, las bien pochocleras, donde el amor no es un chico rico que forma parte de una de las familias oligárquicas del país tercermundista, con una casa con escalera y una gran cantidad de servicio domestico, por el contrario, el amor se presenta como una versión de algún compañero de universidad que se enamora de la chica inteligente y de perfil bajo. Entre los dos sacan una hipoteca para comprar una casa en los suburbios neoyorquinos. Así se representa el amor. El amor que nos rige en estos días. Hace tiempo que mi burdo sentido común sociologizado presta atención a la cantidad de películas del rubro “comedias románticas” se sitúan en casamientos. La “boda” es, en lo que refiere a las pochocleras, el lugar privilegiado para montar el ideal del sueño americano. Que, queramos o no, nos llegan todos los días por los canales televisivos, por el cine, por las páginas para bajar películas de Internet, hasta por Facebook. El amor mediado por la unión matrimonial, heterosexual y monogámica está ahí, siempre presente, para hacernos recordar cómo nos apegamos, o no, a la regla. Sin embargo, teniendo todo lo expuesto arriba, han surgido un nuevo tipo de “comedias románticas” que se diferencian del ideal del amor/matrimonio post etapa universitaria que culmina con un buen trabajo, una buena hipoteca y una casita con jardín lista para recibir a los retoños. Puedo intuir que esta flexibilización a la norma puede venir acompañada de la necesidad que l@s consumidor@s de este tipo de entretenimiento se sienta más a gusto con la historia, es decir, más identificados. Debido a los cambios en el patrón de acumulación capitalista (Je! Me bajó Carlitos), como así también, las luchas por los derechos de la mujer que se han llevado adelante, la expansión del sistema educativo, el viraje del mercado laboral hacia un sector servicios y, también, la imposibilidad de comprarte tu casa, tu auto y tu hijo a la edad de 25 años, entre otros, ha repercutido en los modos de vidas de las personas y esto se nota en las películas, pero en una opinión propia, de una manera al menos perversa. “No Strings Attached” protagonizada por Natalie Portman y el chico lindo de “That Seventy Show”. En sí, el argumento básico de la película es que ellos son amigos y plantean la posibilidad de tener una relación de amigos que pueden tener sexo a cualquier hora y en cualquier lugar sin la necesidad de establecer una relación amorosa entre ellos. Sin compromisos. En el desarrollo del argumento resulta que se plantea ese tipo de relación por la incapacidad de uno de los dos, en este caso ella, de tener una relación estable, de enamorarse, de desayunar. La película termina, como es de esperarse, con el final feliz. Donde ambos están juntos, sin casa, con malos trabajos pero, al menos, con amor. Por otra parte, también está la película muy parecida (por no decir igual) llamada “Friends with benefits”. El argumento es el mismo. Son amigos, debido a la escasez sexual y desencantos amorosos que tienen deciden ser amigos con beneficios (léase sexo). En la trama de la película se vuelve a leer la incapacidad para establecer relaciones que tiene uno de los protagonistas, la desilusión que sufre el otro y al final, como es esa la única persona que te entiende en el mundo y por lo tanto terminan juntos, sin casa, sin hijos pero con amor, el que siempre viene a salvar todo. La última observación: las películas de Katerine Heil o como la llama mi hermana “La chica de Gray´s Anatomy”. El argumento de sus películas son todos iguales. Ella tiene más de 30, es profesional exitosa, neurótica como pocas y espera un amor ideal que parece no llegar. Por alguna razón de la vida poco probable, termina conociendo a algún hombre caracterizado como “Un tiro al aire”. Primero establece algún tipo de rechazo a este hombre, pero por alguna razón, las circunstancias de la vida la van llevando a que se le presente la manera de formar esa vida que no tiene, y que vio en todas las películas, con este incorregible que ella con todas sus neurosis logró encarrilar. Ella sí, termina con casa, trabajo y bueno, por supuesto, amor. Lo perverso de estos tipo de amores, más allá de lo irreal, es que el amor sigue siendo la regla para establecer en los dos primeros casos, sexo. En el tercer caso, la vida. Pero no el amor como un respeto o una construcción hacia el otro, sino, como una seguridad. El amor garantiza, en las películas pochocleras, la norma. La norma que permite reproducir lo que reproducen las películas de la “boda” pero de una manera más adaptada a lo que hay, pero siempre con amor. El amor en las películas yanquies no es amor, es la reproducción de la norma social: una pareja heterosexual y monogámica. Con la que antes te comprabas una casa, pero ahora compartís un alquiler. Donde los roles de género sigue siendo establecido. Si bien la mujer trabaja, tiene varios compañeros sexuales, sale de copas con las amigas, existe en un lejano plazo la necesidad de tener una pareja. Casi como que todos sus logros profesionales están en pos de conseguir un mejor marido. Al final, siempre nos encuentra el final feliz, que sigue dejando por fuera millones de otros amores, millones de otros finales, millones de otro tipo de relación entre las personas. ¿En qué marcos de respeto se pueden establecer relaciones sexuales que no tengan amor (léase amor de película yankee)? ¿Cómo evitar las frustraciones que producen los ideales de vidas inalcanzables para personas con otra realidad nacional al no poder imitar los modos de conducta del amor estadounidense? Son solo preguntas al aire...